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La innovación en crisis: en busca de la confianza perdida

Por Pablo Corso. El Barómetro de Confianza de Edelman, uno de los índices más leídos de la consultoría global, no solo es insumo para la toma de decisiones; también es una aproximación al estado del mundo. La última edición revela una paradoja inquietante. El ritmo y la velocidad de la innovación prometen una nueva era de prosperidad, pero también suponen el riesgo de mayor inestabilidad social y polarización política. Dos dinámicas que forman parte del paisaje acostumbrado de la Argentina, que no por casualidad demuestra los índices de desconfianza institucional más altos entre los 28 países sondeados. La portada incluye nada menos que la imagen de Javier Milei: otro ladrillo en la pared de esta era álgida e indescifrable. 

El estudio sondeó ideas y percepciones de 32.000 personas en naciones como Alemania, Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos, Brasil, México, China, Japón, India, Kenia y Nigeria. Y se parece mucho a un referéndum global sobre los puntos altos y bajos de la innovación en el último tiempo. Entre los primeros, la fiebre por ChatGPT y el compromiso hacia las energías limpias tomado en la COP28; entre los segundos, el rechazo de las nuevas derechas a las tecnologías contra el cambio climático, y la huelga de actores y guionistas de Hollywood ante el uso de la inteligencia artificial (IA). 

Algunos conceptos en el corazón del reporte

– Mientras decae la confianza en las compañías globales, crece la preocupación sobre los errores cometidos por los líderes del establishment. Los CEOs más cuestionados provienen de los servicios financieros y de las redes sociales; los más ponderados, de la educación y la tecnología. 

– Las innovaciones tienen una popularidad despareja. El 71% de los encuestados valoran positivamente la energía verde, pero solo la mitad confían en la IA y apenas el 32% en los alimentos genéticamente modificados. 

– Los científicos todavía gozan de la confianza del público, pero sufren una doble amenaza: la incapacidad de los gobiernos de regular su actividad con eficiencia y las sospechas sobre su independencia financiera. Un dato significativo sobre el modo en que la información circula en nuestros tiempos: el nivel de confianza en ellos a la hora de decir la verdad sobre las nuevas tecnologías (74%) es el mismo que el de “alguien como yo”. 

– La cartografía de los miedos también es reveladora del estado del mundo, y de la tensión inmemorial entre lo urgente y lo importante. Nueve de cada diez encuestados ponen al tope de sus temores personales la pérdida del empleo, pero “solo” el 76% ubica al cambio climático y el 61% a la guerra informativa entre las grandes amenazas contra la sociedad. 

La credibilidad estallada 

A casi todas las instituciones se las mira con lupa o de reojo. Argentina exacerba la tendencia al límite, con algunas anomalías dignas de diván. 

– A nivel global hay una “desconfianza activa” sobre los medios, y en especial sobre las redes, algo que se extiende a todas las organizaciones en el caso de quienes perciben menores ingresos. En un gráfico de doble eje sobre las percepciones en torno a diferentes organizaciones, los gobiernos y los medios se consideraron poco éticos e incompetentes; las empresas y las ONGs, más éticas y capacitadas. El 64% de los encuestados están convencidos de que los periodistas “están intentado, a propósito, tratar de engañar a la gente diciendo cosas que saben falsas o exageradas”. Apenas la mitad considera que los medios son instituciones confiables, porcentaje que cae dramáticamente en Argentina, el tercer país que más desconfía de ellos. 

– En un año en que la mitad de la población mundial está en condiciones de elegir a sus líderes por la vía democrática, el barómetro insiste en un punto: la aceptación de las innovaciones es fundamental para nuestras sociedades. En este contexto, Argentina vuelve a dar la nota. Es el país que más desconfía del gobierno y el quinto que más descree de los empresarios. Como era de esperar, repele como ningún otro la idea de que cuando las empresas se asocian con el gobierno, los cambios tecnológicos resultan más aceptables. No solo es un llamado de atención sobre la nueva estrategia gubernamental para el sector -priorizar la rentabilidad ante todo- sino también una nueva confirmación sobre la crisis de confianza permanente que implica vivir en Argentina. Una epidemia que se derrama fronteras afuera; nuestros compatriotas también son los que más desconfían de organismos supranacionales de altísimo prestigio global, como la ONU y la Unión Europea. 

– Los ciudadanos somos más proclives a aceptar las innovaciones cuando sabemos que fueron evaluadas por científicos y eticistas, lo que nos hace sentir en control sobre el impacto que pueden tener sobre nuestras vidas. Argentina tampoco tiene buena nota en este punto. Entre quienes creen que la innovación está mal manejada, nuestro país ocupa el quinto lugar sobre los 28 países. Una rareza más: a diferencia de la tendencia global, quienes se autoperciben de izquierda suelen rechazar más los cambios que los que se confiesan derechistas. 

De dónde venimos, hacia dónde vamos 

Edelman ya había radiografiado el polvorín en el Reporte Argentina del año pasado: “La falta de confianza en las instituciones sociales, desencadenada por la ansiedad económica, la desinformación, la división de clases masiva y la falta de liderazgo, nos ha llevado a la situación actual: una polarización profunda y peligrosa”. El 64% de los encuestados planteaban que el país estaba más dividido que antes. Las ONGs y las empresas solo mostraban “niveles neutrales de confianza, mientras que los medios de comunicación (38%) y el gobierno (20%)” estaban directamente en el sótano. 

Los temores más concretos eran el desempleo y el futuro económico. En apenas un año, Argentina había sufrido un descenso de 17 puntos (del 60% al 43%) entre quienes pensaban que sus familias y ellos estarían mejor dentro de cinco años. Tras el repunte pos-pandemia, la inflación volvía a hacer su trabajo. Y el tejido social ya lucía roto. Solo dos o tres personas de cada diez reconocieron que ayudarían, vivirían cerca o trabajarían con alguien que no estuviera de acuerdo con ellas. 

Ante la foto desoladora, el informe ofrecía una hoja de ruta con algunas ideas. La responsabilidad empresaria debía extenderse a informar y promover el debate público, basarse en la ciencia, ofrecer soluciones al cambio climático y seguir fomentando inclusión. Los puentes con el gobierno tendrían que derivar en resultados con miras a una sociedad más justa. “Una visión económica sombría es tanto una causa como un resultado de la polarización”, diagnosticaba el texto, que hubiera hecho esbozar una media sonrisa al mismísimo Karl Marx con su consejo final de “invertir en compensaciones justas” para “abordar la división de clases”. 

Imagen de Bernard Hermant en Unsplash